martes, 31 de marzo de 2009

Sin importar lo que somos (Parte I)

Cogí una de las dos toallas que tenía preparadas encima del mueble del baño y me sequé el pelo; me lo recogí en un moño y empecé a secarme el resto del cuerpo. Cuando me puse enfrente del espejo para peinarme vi el tatuaje misterioso que tenía en la parte inferior del vientre. Y digo misterioso porque no recordaba habérmelo hecho, aunque mis padres y los médicos me repitieron varias veces que no lo recordaba por un accidente que había tenido dos semanas atrás, porque había afectado determinadas zonas de mi cerebro y que era posible que no recordara algunas cosas. Le había dado muchas vueltas a todo eso, y me di cuenta de que no recordaba qué había pasado en toda una semana. Simplemente, un día desperté en la cama de un hospital y vi que tenía un tatuaje que no sabía de donde había salido. Aunque me gustaba –era un dibujo tribal de una mariposa–, dudaba de que yo hubiese sido lo suficientemente valiente como para hacérmelo, cuando siempre me había dado casi miedo.

Cada vez que hablaba de ello con mis padres cambiaban rápidamente de tema y pedían que no volviera a hablar de ello, porque les revivía lo que habían sentido cuando yo estaba en el hospital, cuando pensaban que podía morirme. Pero soy muy testaruda, y no estaba dispuesta a dejarlo atrás; había algo en mi cabeza que me decía que algo no iba bien; mi sexto sentido sabía que todos escondían algo, pero era casi imposible saber qué.

Me solté el pelo y empecé a peinármelo. Ah, aquí hay otra cosa que no os he contado: desde el supuesto accidente lo tenía más oscuro; había pasado de ser castaño claro al color chocolate. También mis ojos eran más oscuros, ahora eran marrones casi negros. Mi piel, contrariamente, se había palidecido, lo que hacía que el tatuaje negro de la mariposa resaltase mucho.

Suspiré. No me gustaba nada no saber de qué iba todo, y tampoco sabía por donde empezar a buscar respuestas.

Mientras me estaba vistiendo pensé en hablar con mi tío David, que era médico y que esa mañana no trabajaba; así que decidí ir a su casa. Me despedí de mi madre, rezando para que no me pidiese adónde iba, porque no me gustaba engañarle, y, evidentemente, no se lo podía contar; como mínimo, todavía no.

-¿Adónde vas, Raquel?

-A dar una vuelta.

Y cerré la puerta antes de que me retuviera allí dentro. El sol brillaba mucho, demasiado. Tuve que cerrar los ojos porque no veía completamente nada. Alguien me cogió por los hombros y me llevó al coche en el que estaba a punto de entrar: el mío.

-¿Qué…

Me taparon la boca, con una gran fuerza me obligaron a entrar en mi coche, y me tumbaron en los asientos traseros. No podía abrir los ojos, me escocían y me dolían mucho.

-¿Quién eres?

Nadie contestó. Intenté abrir un poco los ojos, y, con gran esfuerzo, fui capaz de ver una melena rizada.

-¿Mamá? ¿Qué haces?

3 comentarios:

  1. Mantiene el ritmo y está bien narrado, Anne. Además cuenta con un punto de intriga para seguir enganchando a la gente.
    Saludos desde La ventana de los sueños, blog literario.

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  2. woooo!! me encanta! sigue pronto por favor que ya me estoy imaginando miles de cosas!!!!
    me encanta como escribes!
    un beso!
    angi

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  3. Se ha quedado en lo más interesante....Me ha gustado como siempre! besos.

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